Nemotécnica

Los nombres del periodista 
suenan a novela.
Los nombres del académico se pierden entre 
las listas del directorio.
Todos tenemos esos nombres
pero ¿cuál es el nombre 
para ellos, para
esas cosas dañadas que cayeron en esta realidad?


Mácula sin sentido

Mi pluma no sirve.

Y me exaspera pensar en ello
cuando creía que era solo un medio.
Necesito ver las palabras, 
necesito concentrarme en las imágenes 
y no en las figuras de la tinta 
ni en sus malditos espacios en blanco.

Mi pluma no escribe:
vuelve transparente lo que creía que 
estaba lleno de color,
deforma las palabras, las hace ilegibles,
como cebras cojas. 
Palabras punteadas y mutiladas.
Tildes transparentes.
des que parecen as
tes que parecen is
os que parecen ces
emes enes, enes eres.
Me obliga a pensar solo en letras,
semi-palabras en un alfabeto extraño.

Tal vez fue el cambio de tinta.
La anterior era oscura, pesada
implacable.
Ahora trato una rojo-naranja
más volátil, más rebelde, perezosa.
Seguro 
su mecanismo interno se estropeó,
las dos tintas se coagularon 
en sus vísceras 
y se volvieron sombra.
Sus tripas en espasmo
ahorcan una circulación incompleta.
Su lengua traviesa está fría
a punto del ataque
del último jadeo.

La voy a lavar la he lavado.
Vi su cuerpo exangüe y 
tan inocente,
lo descuarticé por sus costuras,
desenrosqué sus seguridades,
retiré su válvula infecta
y decapité su cabeza de flecha.
La pasé por agua cocinada,
la soplé, la arrullé entre mis manos,
la higienicé.
Absorbí todas sus humedades.
Escarbé todas sus cabidades.
Sacudí todos sus recuerdos.
Busqué telarañas.

Enarbolé de nuevo su flecha, recargué sus odios, 
amores, indiferencias.
Calenté su válvula casi viva
y enrosqué su personalidad, 
cubrí sus vergüenzas y brillé sus armas.
La acaricié delicadamente,
casi vulgar, pero no volvió a la vida.
La agité, la balanceé,
la alargué.
Escribí. Solo pequeñas micciones.
Más incomprensibles que sus últimos 
garabatos. La agité. 
Escribí.
No me aprietes tanto el cuello.
No hundas tanto mi lanza.
La tomé de la cintura, solté mis 
dedos,
dejé que danzara suavemente:
wefhwefjqwefjqwe
Se acomodó mejor sobre el papel,
adquirió mejor color, más fluido.
Mientras yo tropezaba en su cintura,
ella me ubicaba de nuevo.

Ahora solo hago líneas, continuas
e intermitentes.


X (día 47)


Hijos del siglo XX creímos,
lo sabemos ahora,
habitar el paraíso.
Un paraíso no edénico,
cibernético, plástico,
con cada dios salvaje.
El centro comercial
más grande,
más luminoso,
con pocas canecas
y arrumes de basura,
teología de toda venta.
Una cáscara dura sin fruto,
superficie sin borde,
ilusión de infinito.

Hijos del siglo XX
en esa tregua de la historia
que amamantó hordas de
muecas inanes
y cortinas de risas en el viento.
Estériles, tristes,
felices de no saber nada,
de haberlo olvidado todo.

Hijos del veinte.
Con un presente de 70 años
lloran ahora,
lloramos,
porque el presente volvió a suceder.
Ese filo que no dura
entre el miedo y el ser.

El tiempo vuelve a existir. 


De Parafina (cantos chonetos desde el fin del mundo)

 

IX (día 42)

No entendemos 
la biopolítica de estos tiempos.
No importa si estás o no 
contagiado.
Importa es quién se contagiará.
Pero el que se contagie deberá leer de nuevo este poema.  


De Parafina (cantos chonetos desde el fin del mundo)